Alfonso Almendros (España)

Entender la idea de color como una sensación, en lugar de una propiedad intrínseca de los objetos, es una sutil distinción pero capital a la hora de comprender por qué es tan difícil alcanzar estándares generales en el ámbito de la percepción ¿Cómo definir qué es rojo, carmesí o bermellón? A pesar de que existen innumerables colores con diferentes tonos y matices, el lenguaje de uso cotidiano sólo incluye unas treinta palabras para definir ese infinito apartado de la percepción visual. El persistente problema de la correspondencia cromática confirma la insuficiencia de nomenclatura sobre el color y, de manera  correlacionada, las limitaciones de nuestra memoria visual.
 
Según múltiples estudios en el ámbito de la psicología, los colores tienen el potencial de atraer mayor nivel de atención y por lo tanto, tendencia a permanecer de manera más incisiva en nuestros recuerdos. Parece por tanto, una manera no exenta de poesía de decir que el color supone un vehículo para poder recordar mejor. Me siento atraído por el carácter indeterminado que parece encerrar esta relación entre color y memoria donde las fronteras que delimitan cada campo parecen situarse de manera imprecisa. Hablar de memoria implica hablar de manipulación y artificiosidad, o al menos de la vulnerabilidad de ésta a ser modificada.  Me interesa esa capacidad transformativa asociada a la memoria y aplicarla a mi acercamiento al medio fotográfico. Mutar la idea de mímesis en un ejercicio parecido al sufrido por nuestra memoria en su tendencia a disiparse y al engaño. Color y memoria aparecen como disciplinas fundamentadas en su inmensa capacidad de sugestión y profundamente dependientes de la subjetividad e interpretación. Todas estas son herramientas comunes en mi trabajo fotográfico y conceptos sobre los que se estructura este proyecto.