Christian Rodriguez

Una década después de una guerra, y dos décadas después de otra y tres décadas más tarde de una más, el territorio de Líbano fue sacudido en agosto de 2006 por una nueva guerra. Esa Beirut, el París del Medio Oriente, ese Líbano donde musulmanes y cristianos unidos por la fuerza del Cedro, fue bombardeado en toda la extensión de su territorio y devastado como pocas veces antes. La ubicación estratégica de Hezbollah en el sur de Líbano apoyados, financiados y avalados por el interés estratégico de Siria e Irán para azotar y provocar a Israel, llevó al secuestro de dos soldados israelíes, la muerte de otros 5. La respuesta israelí no tardó y su empresa militar de destruir la base de Hezbollah en el sur encendió una furia de misiles lanzados desde el aire y el mar, a la ocupación del sur del Líbano y al bombardeo indiscriminado de cualquier punto en la geografía libanesa, sin importar sur, norte, este u oeste, cristianos libaneses, cristianos armenios, ortodoxos, musulmanes sunitas o chiitas hombres, mujeres, niños o ancianos. Es que cada guerra es en sí misma una destrucción del espíritu humano y por más justa sea la razón invocada para una guerra no hay nada más injusto que una paz en escombros. La guerra sólo deja una mala paz y una pesada herencia de destrucción y la semilla del rencor que afirma las raíces del odio.