Roberto Hernández Yustos (España)

La trashumancia, es una practica que se retrotrae a los albores de la historia en España, cuando el hombre aún vivía en armonía con la naturaleza. Así, aprendió a seguir las migraciones de los herbívoros salvajes y adaptarse a los ritmos naturales de los muy variados ecosistemas que forman el mosaico natural de nuestra Península para alimentar a sus rebaños. Aunque la trashumancia también se practica en otros países, solo en España llegó a ser tan importante que doblegó a reyes y nobles, y hasta el clero, que la dotaron de numerosos privilegios y fue el gran motor de la economía y la opulencia en nuestro país. En la trashumancia, familias y animales parten de su hogar en las montañas del norte cuando la nieve anuncia su llegada, y recorren cientos de kilómetros por caminos desconocidos e invisibles para los profanos, hasta llegar al sur, a la primavera. Cuando los campos se tiñen de amarillo el viaje se hace de retorno, a unas montañas que apenas empiezan a florecer. Esta vida desarraigada, dura y solitaria, es propia de unas personas con una visión propia del mundo, rica en cultura y en valores. Con el tiempo y la modernidad, esta actividad perdió su gran rentabilidad. La riqueza material fue sustituida por la riqueza de los valores, y la trashumancia cayó en una espiral de declive y olvido. Esta tradición que ha sido transmitida de padres a hijos durante siglos ya no encuentra relevo. Las vías pecuarias se van borrando del mapa de nuestra geografía. Sin embargo, aún quedan unas pocas familias trashumantes en España, que se resisten a dejar su forma de vida, y que no entienden cómo su actividad cae en el olvido ante la mirada pasiva de gobernantes, administración y ciudadanos. Recurren a la ayuda de familia y amigos para poder mover sus animales desde los Montes Universales (Teruel) donde tienen su hogar, a las cálidas dehesas de Sierra Morena (Jaén), donde arriendan pastos de invierno. Duermen y comen al raso, sortean los peligros de las autovías y de los rayos de las tormentas durante 24 días de andadura. Toda su vida la pasan en tierra de nadie, y nadie atiende ni entiende que con ellos, perviven unos conocimientos, y un manejo de los ecosistemas naturales que si dejamos perder ya nunca volverán.